Un trabajo conjunto

“Nosotros les repartimos alimentos en el centro, pero ellos también están garantizando con su trabajo en el campo que los demás tengamos de comer”
Antonio Regidor, trabajador social de Accem en Huelva
Techos de uralita, muros de cartón, suelos de tierra. El confinamiento tiene muchas realidades, y la de las infraviviendas es de las más duras. Antonio Regidor la vive de cerca desde el centro de día de emergencia social de Accem en Palos de la Frontera. A pocos metros se levanta un asentamiento en el que viven unas 250 personas
Antonio sigue trabajando allí, turnándose con otros compañeros y respetando estrictas medidas de higiene y distancia. Es esencial que el centro, instalado en la nave de un polígono industrial cercano al asentamiento, continúe abierto para garantizar el acceso a recursos tan básicos como luz y agua.
“Desde que se declaró el estado de alarma trabajamos a puerta cerrada y vamos dejando entrar por turnos”, explica. En el centro por el momento se han dejado de impartir clases de castellano y talleres formativos. Pero continúan abiertas las lavadoras y duchas para las 140 personas que pasan por allí como media cada día, es una medida de higiene imprescindible frente al virus. También siguen funcionando los espacios donde las personas atendidas pueden cargar los móviles y los grifos para que puedan llevar botellas y garrafas de agua potable. También siguen los repartos de desayunos y meriendas, que se hacen ahora a través de una ventanilla para limitar los contactos.
Antonio recuerda que los primeros momentos del coronavirus fueron muy confusos para los habitantes de las infraviviendas. “Una de sus principales vías de información, la televisión que tenemos en el centro, se cortó con el confinamiento, porque hubo que cerrar las salas comunes”, cuenta, “así que muchos no sabían que ya no podían ir caminando al pueblo más cercano”. El reparto de folletos informativos fue fundamental para ellos.
“Todos nos estamos adaptando a las circunstancias lo mejor que podemos”, cuenta el trabajador social de Accem, que destaca el ambiente de colaboración que se ha creado en el centro. “Cuando llega algún envío de alimentos, son muchos los usuarios que se ofrecen a descargar con guantes y mascarillas.”
En esta nueva realidad las cosas más básicas cobran especial importancia y las fragilidades se convierten en fortalezas. Son esenciales la luz y el agua que necesitan los habitantes que viven en chabolas, tanto como lo son esas personas. Y es que, como cuenta Antonio, muchas de ellas se han incorporado a trabajar en las explotaciones agrícolas cercanas. Recogen fresas en invernaderos para que lleguen a las casas de los demás. “Nosotros les repartimos alimentos en el centro, pero ellos también están garantizando con su trabajo que los demás tengamos de comer”.