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Presentación de la cuarta edición de la revista Altaveu
El proyecto “La nostra ciutat, el teu refugi” (Nuestra ciudad, tu refugio) celebró el pasado 12 de febrero la fiesta de presentación de la cuarta edición de la revista Altaveu y la nueva imagen de campaña de este proyecto desarrollado por Accem y CEAR con el apoyo y financiación del Ayuntamiento de Valencia.
Más allá de la presentación, la fiesta, que se celebró en el espacio cultural Sankofa, en el barrio de Patraix, fue un espacio de encuentro entre los/as vecinos/as de siempre y los nuevos/as que llegan, donde las personas asistentes disfrutaron del micro abierto, la comida, la compañía, y sobre todo, de un ambiente diverso, acogedor y emotivo. El evento contó con la asistencia de Maite Ibáñez, concejala de Cooperación al Desarrollo y Migración en el Ayuntamiento. Asimismo, se dieron a conocer los textos ganadores del III Concurso de Microrrelatos La Nostra Ciutat, el Teu Refugi.
Os invitamos a leer la revista digital, donde encontraréis artículos, testimonios, datos, entrevistas y experiencias compartidas con un enfoque en positivo, huyendo de la victimización del colectivo de personas refugiadas y solicitantes de asilo, y visibilizando su empoderamiento y resiliencia. Además, esta edición ha centrado el foco en aportar una perspectiva de género en todo el proceso dando espacio a voces femeninas y poniendo atención en la condición de género como motivo de asilo.
Por otra parte, se eligió el nuevo lema de campaña para el proyecto: “El refugi comença en tu”, un mensaje que apela a la responsabilidad y la acción de los y las habitantes de la ciudad para que todas las personas podamos disfrutar de los mismos derechos. Cualquiera tiene derecho a rehacer su vida tras haber sufrido un conflicto y para ello es necesario que las personas a su alrededor estén dispuestas a facilitarle el proceso de acogida e integración en la cotidianidad del barrio, ciudad o pueblo donde vive.
En 2019 se realizaron en la Oficina de Extranjería de Valencia un total de 5.548 peticiones de asilo, que suponen un aumento de más del 35,3 % respecto al año anterior, según los datos del Ministerio de Interior ofrecidos el 31 de diciembre de 2019. Aunque la gran mayoría de la gente ha oído hablar sobre las personas refugiadas todavía existe un gran desconocimiento sobre la situación de este colectivo. La falta de información genera mitos, prejuicios y una imagen estigmatizada que constituye el primer obstáculo en el procedimiento de inclusión y acogimiento, que afecta, por supuesto, a la integración de la persona y dificulta su propósito de rehacer su vida.
Los contenidos de la revista Altaveu buscan combatir esa visión sesgada y distorsionada dando voz a las personas solicitantes de asilo a través de artículos, testimonios, datos, entrevistas y experiencias compartidas con un enfoque en positivo, huyendo de la victimización y visibilizando su empoderamiento y resiliencia.
El éxodo de Achraf
La historia de Achraf (nombre ficticio) es una entre tantas historias vividas por personas que abandonan sus países de origen. Niños y niñas que dejan atrás a sus familias y se embarcan en travesías migratorias que, aunque peligrosas, sienten que les aleja del ostracismo, de la persecución y de la muerte.
Mi infancia en Mauritania
Me llamo Achraf y nací en Zuerat, una ciudad del norte de Mauritania. Vivía con mis padres y mis catorce hermanos. En el barrio vivían también mis tíos y primos. Éramos muchos y no tuve la atención total de mi madre… no tenía para dar a todo el mundo.
Con mi padre no había comunicación. Trabajaba en una mina de hierro por muy poco dinero y recuerdo que había muchos problemas porque mucha gente moría en ese trabajo. Mi madre estaba en casa, en silla de ruedas, y venían a veces los abuelos y las tías… toda la familia vivíamos en el mismo sitio. Éramos pobres, no teníamos nada, solo lo básico, pero no hasta el punto de pasar hambre. El agua la traíamos de una fuente de fuera, no teníamos agua en casa. Si queríamos algo, no podíamos comprarlo. No podías comprar cualquier cosa.
Cada uno hacía lo que quería, y la mayor parte del tiempo estábamos jugando. Tenía amigos, pero no jugaba mucho con ellos. Mis amigos eran mis primos; no tenía amigos fuera. A la escuela no fui… como era árabe me mandaron a aprender el Corán a un sitio que es como un aula a la que va la gente para aprender, pero no a una escuela.
Todo era normal, salvo porque mi hermano estuvo abusando de mí unos siete años. Se lo conté a mi madre, pero ella quería proteger más a mi hermano que a mí. No quería que tuviera consecuencias, aunque tampoco podía hacer nada, estaba enferma.
Desde los ocho años viví en un miedo continuo, siempre tenía miedo de que la gente se enterase de lo que mi hermano hacía… La orientación sexual era algo peligroso. Recuerdo que te podían perseguir e incluso matar, te podían matar incluso si solo hacías algún gesto raro. Y la persecución era tanto por la policía como por el entorno, por la comunidad. Era algo prohibidísimo. Si se llegaban a enterar de lo que me hacía mi hermano podrían matarle.
Cuando era pequeño había algo raro con los demás, pero yo intentaba siempre no darles motivos ni enseñarles cuál era mi orientación sexual. Elegí separarme del resto después de lo que me pasó con mi hermano. Me perjudicó psicológicamente. Preferí estar apartado de todo el mundo. Tenía miedo a que alguien me viera, se me acercara y quisiera algo de mí también, o me tratara mal… siempre me alejaba.
Estuve hasta los 12 años en mi pueblo. La gente con poder hacía lo que quería… y la que no, pues tenía que tragar. La gente trabajaba por muy, muy poco dinero. Teníamos un ambulatorio pequeño con un médico, pero no era un hospital… aunque estábamos todos sanos, ¡gracias a Dios!
En mi familia éramos musulmanes practicantes. Yo vivía mi espiritualidad. Soy musulmán y soy muy creyente, porque creo que Dios me ha ayudado muchísimo en mi vida. A mí nadie me ha dado nada. Es gracias a Dios que sigo aquí. Sé que en la religión la homosexualidad está prohibida, pero si Dios quiere que haya sido así, soy así.
El comienzo del éxodo
Yo tenía un amigo, que era mi primo. Y cuando tenía doce o trece años, el mismo juego que hacía mi hermano conmigo, yo lo hacía con mi amigo. Pero era consentido por los dos. Un día, cuando estaba jugando con él, nos pegaron en la cabeza. Casi nos matan. Entonces decidí irme de casa. La gente empezó a enterarse y por eso me fui sin decir nada a nadie. Me marché con mucha amargura. Allí nadie sabe si sigo vivo o estoy muerto.
Cogí un tren a Nuadibú, aunque en ese momento no sabía el destino. Solo quería huir de ahí. Estuve mucho tiempo viviendo en el puerto, de las limosnas de la gente. Abusaron de mí también, muchas veces. Muchos hombres me decían: “te voy a ayudar, te doy cariño, te ayudo…”. Pero el objetivo era el sexo.
Un día decidí que quería salir de ahí. Subí a un camión que salió por la mañana y, por la tarde, ya estaba en Marruecos. Nunca más he vuelto a mi país.
Llegué a Dajla, una ciudad al sur de Marruecos. Las ciudades del sur de Marruecos son muy similares a Nuadibú. Yo podía pasar por marroquí, porque el acento era muy similar… Como era verano, dormía en la calle.
En Marruecos me empecé a juntar con gente con mi misma orientación sexual. Pero la situación fue el mismo infierno porque la posición para los homosexuales allí también es muy mala: no puedes pedir ayuda. Si hubiera pedido ayuda me habrían atacado y encima me habrían dicho que la culpa es mía. No puedes decir que eres homosexual ni que te quieren violar o que te han violado. Lo bueno es que había un apoyo entre las personas que estábamos juntas en la calle.
Después de Dajla me marché a El Aaiún y allí me quedé también en la calle. Nos encontramos con mafias que nos pedían mucho dinero para transportarnos. Nos juntábamos en grupos y nos poníamos a investigar cómo cruzaba la gente para llegar a Canarias. Finalmente pude ahorrar el dinero necesario para ir a Tan-Tan, y de allí acabé en Agadir. Iba sin destino. Sufrí mucho. La gente era violenta. Se imponía siempre la ley del más fuerte.
En Agadir acabé en una estación de autobuses en la que todo el mundo sin hogar se juntaba. En Agadir la gente pagaba por tener sexo. Antes era forzado. Ahora se pagaba por ello. Empecé a fumar colillas del suelo, luego el pegamento… hasta llegar a Marruecos nunca había tomado drogas. En Agadir era obligatorio ir con una pandilla, no se puede sobrevivir solo en la calle. Y como la pandilla con la que iba se metía esto, yo también lo probé. Con esto me olvidaba de todo. No sentía ni hambre, ni soledad. Todos en la pandilla hacíamos lo mismo… todos hacíamos sexo a cambio de dinero o de comida o de droga.
Juventud en Marruecos
Tras algunas otras paradas por distintas ciudades de Marruecos, me quedé tres años en Casablanca. Es una ciudad bastante conflictiva. Un día conocí a un carpintero y le pedí trabajo. Me preguntó: “pero, ¿dónde vives?”, y le dije: “soy del Sáhara, vivo en la calle”. El carpintero me respondió: “no hay problema, vives conmigo”. Este señor era muy bueno y tenía muy buena intención.
Un día conocí a un chico cerca del taller que empezó a venir a verme al local. La madre del chico me invitaba a comer, a subir a casa… El chico me llevó a unas asociaciones de actividades y entonces empezó entre nosotros una relación mucho más estrecha que derivó en amor entre los dos. Nadie sabía nada, ni siquiera el carpintero… hubiera tenido problemas si alguien llegaba a enterarse.
El chico era buen chaval. Estudiaba y yo le acompañaba por la tarde a la asociación: hacíamos teatro e íbamos a clases para aprender a leer y escribir. Su primo también empezó a salir con nosotros. Comencé a comer bien, a dormir bien y la gente me trataba mejor. Después de que el primo viniera mucho con nosotros y nos hiciéramos más amigos, nos dijo: “¡Vámonos a España!”.
Nos escapamos. No le dije a nadie que nos íbamos, ni siquiera al carpintero. Fuimos hasta Tetuán y ahí cogimos un taxi hasta la frontera con Ceuta. Pero antes de cruzar la frontera, nos cogió un policía marroquí. Éramos menores sin papeles… así que nos arrestó y nos metió al calabozo. En la prisión nos pegaron. Si pedías ir al baño, venían y te pegaban. Nos tomaron declaración, pero como no teníamos papeles nos soltaron a los tres.
De ahí fuimos a Tánger, donde pasamos muchas noches durmiendo en un parque en el que se juntaba mucha gente que vivía en la calle y quería cruzar a Europa. Allí apareció el padre del primo de mi amigo, que nos estaba buscando. Se llevó a los dos y yo me quedé solo.
Yo no tenía donde volver. Empecé a trabajar con un pintor y encontré otra pareja, otra persona especial. Con él no fumaba ni bebía. Los problemas de la calle y la noche se acabaron. Intentábamos pasar desapercibidos, pero teníamos miedo… Un día este chico quiso cambiar de oficio, me pidió que le acompañara pero yo no quise. Entonces se acabó. Nos separamos sin problemas. Estuve dos años en Nador, donde encontré otra pareja. Su nombre era Asim. Pasamos buenos tiempos. Nuestra intención era llegar a España y Asim siempre repetía: “que quiero ir, que quiero ir. Tenemos que ir a Europa. Si vamos a Europa podremos vivir más libres, más tranquilos”. Al final conseguimos cruzar a Melilla.
Yo no quería entrar en el CETI porque vivía bien, pero al final sí que entramos. Una noche, durmiendo en la playa, nos cogió la policía y nos llevó al CETI. Pero solo entrábamos a dormir, no vivíamos allí. Nadie me habló en el CETI de la posibilidad de pedir asilo. Creía que solo era es un sitio para dormir y ya está.
Estuve en Melilla más de un año… hasta que, finalmente, pude llegar a Madrid. Asim se quedó en Melilla.
Bienvenido a España
En Madrid, desde CEPAIM me llevaron a una casa con cinco marroquíes. Todo bien, aunque hubiera deseado tener otros compañeros que fueran como yo, porque tenía mucho miedo. Al abogado yo solo le expliqué la etapa de mi hermano, cuando me violó, pero de mi orientación no le dije nada. Me aconsejó que pidiera asilo y, tras realizar la entrevista, me sentí aliviado. Era la primera vez que podía hablar con alguien y que me escuchara. Eran preguntas muy íntimas, pero lo preferí así. Es como que me liberaron de algo que tenía por dentro.
Me derivaron a Burgos. Es una ciudad pequeña y todo el mundo acaba conociéndote. A mí me hubiera gustado estar en un piso con otras personas LGTB porque así me podría comportar como soy y no tendría que hacer esfuerzos. Si no entienden cómo soy, siempre va a haber problemas…
En la primera fase tengo una rutina: me levanto, voy a clases, duermo. En la segunda fase estoy mejor porque conozco a un chico, Mohamed. Ya llevamos tres meses juntos. Mohamed quiere irse a Madrid, porque dice que esto es pequeño. Yo me quiero ir con él. Allí habrá cosas para hacer activismo LGTB y conocer a más gente. En Burgos tengo amigos, pero no saben que soy homosexual.
Gracias a Dios todo ha ido bien, aunque no tengo permiso de trabajo todavía hasta que hable mejor la lengua. Yo quiero trabajar. Quiero estudiar mecánica.
No tengo nostalgia de nadie salvo de mi madre, pero no he vuelto a saber de ella. Soy muy afortunado. Conozco gente que ha vivido vidas mucho peores que la mía. Antes era la ley de la selva y pensaba: “¿cómo me va a ayudar Dios? Si siempre que le pido me da una colleja”. Pero ahora sí pienso que Dios me ha ayudado mucho en mi camino. La vida es dar y recibir. Es así con la gente. La gente muchas veces quiere sacar algo de ti, no es ayuda sincera. Quien me ayuda de verdad es Dios.
Me gustaría quedarme ya en España, tranquilo. Aunque hoy digo España, pero, ¿quién sabe el destino? Ahora no sé el paso que viene después, ni cómo va a ser… Solo Dios lo sabe.
Por Achraf, solicitante de asilo mauritano
La historia de Achraf: cómo sobreponerse a la adversidad
A pesar de las duras situaciones que atraviesa Achraf a lo largo de su vida, una y otra vez consigue sobreponerse a la adversidad. Aunque no contara con el amor y el apoyo incondicional de la familia durante la infancia, el joven mauritano construye a lo largo de su proyecto migratorio varios vínculos afectivos. El establecimiento de estas relaciones constituye un motivo más para seguir, un amor y un apoyo entre iguales que no pudo sentir cuando era niño.
La historia de Achraf nos ayuda a comprender cómo son las vidas y procesos migratorios de muchos niños que huyen de sus hogares por culpa de la violencia y la intolerancia. En su caso, en la República Islámica de Mauritania, la homosexualidad está penalizada con la muerte y está terriblemente considerada por la sociedad. Como niño y como homosexual se vio enfrentado a condiciones aún más duras para poder sobrevivir. Así, Achraf es víctima de una opresión que se ejerce sobre las personas LGTB y sobre las personas migrantes. Pero al mismo tiempo es una persona fuerte y resiliente que ha luchado hasta el último momento para poder llegar a nuestro país.
Valeria y Camila, exiliadas por amor
Valeria y Camila (nombres ficticios) son una pareja de mujeres lesbianas que tuvieron que abandonar una Venezuela que no les permitía amarse en libertad. Sus voces son también las de todas aquellas personas a las que se les ha negado ser amantes, madres, cabezas de familia por quebrantar las normas establecidas. Sus voces nos permiten conocer las razones de tantas personas refugiadas, obligadas a escapar por querer ser libres para vivir y para amar.
El amor nos obligó a huir
Valeria y yo nos conocimos hace diez años en Caracas y nos enamoramos. Decidimos empezar una relación casi desde el día en que nos conocimos.
Mi mamá siempre me apoyó con este tema. Con mi familia, por suerte, nunca tuve que ocultar nada. Por parte de la familia de Valeria fue más complicado. Su mamá no lo aceptaba… Cuando estaba embarazada, mentimos y dijimos que Alex había sido con un amigo, que también es gay. Como una pareja de heteros. Y fue como… la única manera en que pudo salir Valeria de casa. Ya cuando nace Alex le contamos a sus papás la verdad. Y la mamá empezó a llevar la situación. Le dio más importancia al nacimiento de Alex.
Entonces Valeria se vino a vivir conmigo. La convivencia fue siempre muy fácil, la de nosotras. Pero fuera de casa, bueno, nos tratábamos como hermanas, como primas. Nunca como pareja.
De aquella estábamos trabajando. Teníamos una vida tranquila. Agradable. Un huerto en la casa, donde teníamos sembrados tomates chiquititos. Ahora extrañamos la naturaleza… podíamos estar tumbadas tranquilamente y de repente ver una pereza o una guacamaya.
Para 2016, cuando Alex tenía 5 años, hacen un cambio en el cole y cambian de profesora a una que, yo digo, era homofóbica. Empieza con ataques al pelo de Alex, porque lo tenía largo, y le decía que parecía una niña. En el salón decía en voz alta a todos los niños: “¿Quiénes llevan el cabello largo, las niñas o los niños?” Y claro, los niños es lo que tú digas. Le hacían sentir mal. Alex llegaba a casa llorando, triste, y entonces vamos al cole a preguntar qué pasa. La profesora se da cuenta de que solo estábamos nosotras dos, de que no hay un papá y nos exige que dónde está… Nosotros le decimos que no tenía papá, que éramos las representantes legales y nos dijo que no iba a aceptar a ese niño en el colegio, que quería que le retiráramos.
En una de esas que el hermano de Valeria fue a llevar a Alex, estaba la profesora con el esposo, que era militar… y la profesora le dice: “Llévate a ese niño, ya he dicho que no lo quiero en el colegio. Termina de cambiarle el sexo, ¿no ves cómo lleva el cabello?”. Y claro, el hermano de Valeria, en cierto modo, se altera. “No lo trates así, es un niño”. Entonces el esposo de la profesora se baja del coche y comienza a golpear al hermano. Le parte el brazo y la mandíbula. Arrancan la moto y la cadena le corta en el pie a Alex, casi le tienen que cortar el tendón de Aquiles. Y ya de ahí fuimos al hospital.
Intentamos poner una denuncia y nos dice el policía: “Yo os recomiendo que, mire, mejor se vayan de aquí, ya sabemos de este caso y no vamos a hacer aquí nada por ustedes”. Y cuando estamos yendo a otro sitio de menores a poner la denuncia, vemos que nos están siguiendo unos camiones. Nos dio miedo y no llegamos a ir. Y cuando volvíamos a casa, nos persiguieron con las motos, echaron tiros al aire gritando: “¡Lesbianas! ¡os vamos a matar!” Todo esto para que no hiciéramos denuncias.
Entonces viajamos a Aruba para intentar que todo se calmara y estuvimos allí como siete u ocho meses, no recuerdo exactamente. Intentamos quedarnos ahí de una manera legal, pero nada, allí no se puede hacer nada de asilo. Y nos tocó regresar a Venezuela.
Alex llevaba diez meses sin ir al cole. Para que fuera al cole tenía que traer los papeles del otro cole donde estudió, pero no querían dárnoslos. Nos dijeron que Alex nunca había estudiado allí. Y nos dimos cuenta de que empezaban otra vez a seguirnos y ya fue como que no… como qué miedo…
Dejamos de salir, estuvimos encerradas mucho tiempo. Y una vez llegaron unas camionetas y entraron a la fuerza en la casa, reventaron la puerta. Y a la abuelita de Valeria la golpearon para que el papá les dijera donde estábamos nosotras, pero el papá no les quiso decir. Y en vista de que revisaron y no estábamos, entonces nosotras pudimos marcharnos por el otro lado… Pero al salir, le dan con la pistola a las bombonas y explota y el papá se quemó todas las piernas, la cara, los brazos… y a la abuela la golpearon muy fuerte y murió al poco tiempo a consecuencia de los golpes. Entonces dijimos: nos tenemos que marchar.
Una nueva vida
Pensamos en España porque mis abuelos son españoles y tengo un primo en España. Ellos me ayudaron a investigar que podía pedir el asilo y el movimiento LGTB, que acá tiene mucho poder, está muy reconocido….
No solicitamos asilo directamente en el aeropuerto. Por miedo. Es la única razón y verdad. Significó una inversión económica muy grande. Yo sí lo pensé, pero… Ya fue acá dentro que logramos hacer la ayuda, entrar dentro del programa. Empezamos con Cruz Roja y me dieron la dirección de Pradillo, para que solicitara una trabajadora social y la información. Expliqué en Pradillo todo el caso. Nos atendieron muy bien, a los tres. Y de ahí nos enviaron al hostal Welcome, tres meses, hasta que nos derivaron a una plaza de acogida con Accem.
En la entrevista de asilo, la verdad no sé, me sentí muy cómoda, muy muy cómoda… fue hasta amena. De hecho, cuando me senté, nos sentimos nerviosas, no sabíamos a qué nos íbamos a enfrentar y la entrevistadora me dijo: “Tranquilízate, vamos a hacer esto como que haya un feedback”. En lo personal me sentí muy bien. Y creo que Valeria te diría lo mismo.
Estuvimos unos meses compartiendo piso con una pareja de ucranianos y un chico solo, que era pana, como decimos en Venezuela, muy amigable. Ahora ya vivimos solas y Alex se siente muy bien, se ha adaptado muchísimo. Creo que eso también nos ayudó mucho y, en cierto modo, sentimos apego y nos sentimos más cómodas en España por esto. Tener dos mamás para él es completamente natural. A todo el mundo le dice que tiene dos mamás. Como si no existe nada más. Él comprende que hay dos mamás, dos papás, mamá y papá…
Yo soy tatuadora, pero aún no tenemos el permiso de trabajo. En un futuro quiero sacarme el certificado para poder entrar en una tienda a tatuar. En eso sí estoy un poco, vamos a decir, triste. No sé qué concepto darle. Porque me dicen que no me pagan el curso de tatuadora. Y con lo que tengo de Venezuela, no vale. Lo que queremos es empezar a trabajar ya. Pero salvando eso, somos una familia libre, en proceso de adaptación. Solo llevamos ocho meses, pero mi mamá y su esposo, que es como mi papá, también han venido. Eso nos da muchas fuerzas. Estamos volviendo a crear una vida en España. Somos otra vez una familia.
Por Camila, refugiada venezolana
Pese a todo, una historia de esperanza
Los prejuicios en torno a la diversidad sexual están muy arraigados en Venezuela, donde son comunes las actitudes de carácter homófobo, a pesar de los avances en materia legislativa en favor de la igualdad y de la lucha contra la discriminación. Venezuela figura en el cuarto lugar en América según el índice de asesinatos de personas LGBTI. Las lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales sufren con frecuencia agresiones físicas y verbales, chantaje, extorsión, persecución y detenciones arbitrarias.
Las solicitudes de asilo por motivos de orientación sexual y/o identidad de género procedentes de países con legislaciones no punitivas y más garantistas, como Venezuela, son examinadas por los instructores con más minuciosidad que las solicitudes emitidas por personas que provienen de países donde la homosexualidad está penalizada, como es el caso de Camerún o Mauritania. Muchas veces la persecución social y la inacción del Estado ante la discriminación son difíciles de demostrar, por eso es muy importante a la hora de evaluar estas peticiones tener en cuenta que la falta de protección estatal ante casos de violencia o situaciones que imposibilitan el acceso a derechos básicos también atentan directamente contra la dignidad de las personas y pueden suponer un motivo de persecución.
La historia de Camila y Valeria nos conecta de nuevo con nuestra naturaleza humana y nos devuelve el reflejo de cualquier familia cercana: una pareja que se quiere y desea lo mejor para su hijo. Dos personas que imploran seguridad, autonomía y libertad.
Muchos de los relatos de las personas migradas forzosamente concuerdan en la nota de esperanza que resuena en sus nuevas vidas. A pesar de las secuelas psicológicas de la discriminación, de la huida, de la re-adaptación forzada a un escenario tan alejado de su lugar natal, se mira al futuro con esperanza. Camila y Valeria son dos mujeres fuertes con un vínculo sólido y una ilusión en común. Son hijas, amantes y madres exiliadas en una tierra que les promete una vida mejor.
Últimos datos de asilo y refugio en España (enero-mayo de 2019)
Un total de 46.596 personas han solicitado protección internacional en España en los primeros cinco meses de 2019, según los datos del Ministerio del Interior.
Estos datos indican que muy probablemente en 2019 se volverá a batir el récord de solicitudes presentadas el año anterior, cuando se formalizaron 54.050 solicitudes en el total de los doce meses del año, según los datos de Eurostat.
Del total de solicitudes, 25.602 corresponden a hombres, que comprenden el 55 % del total, y 20.994 a mujeres, que suponen el 45 %.
En el 19 % de los casos los y las solicitantes de protección internacional son menores de edad, hasta un total de 8.719 personas.
Por países de origen, Venezuela vuelve a ser el país del que proceden la mayor parte de los y las solicitantes de protección internacional en España. Un total de 16.846 personas de origen venezolano han pedido refugio hasta el 31 de mayo de 2019. Constituyen el 36 % del total. Venezuela es desde el año 2016 el primer país de origen de las personas refugiadas en España, incrementándose año a año en número de forma muy sensible.
Tras Venezuela, los cuatro siguientes países son también latinoamericanos: Colombia, Nicaragua, Honduras y El Salvador. Un total de 10.122 colombianos y colombianas solicitaron asilo en España en los cinco primeros meses del año, más de los que lo hicieron en todo 2018, cuando ya fueron el segundo país de origen de los solicitantes de protección internacional.
A continuación, es necesario subrayar la aparición de Nicaragua en tercer lugar, con un total de 2.698 solicitudes de protección de sus nacionales, un reflejo de la situación de inestabilidad, crisis política y económica en la que se encuentra este país centroamericano.
En los primeros meses del año, y como es habitual, el mayor número de solicitudes de protección internacional se formalizó en Madrid, donde se presentaron hasta 20.395 solicitudes de protección, que constituyen el 44 % del total. A continuación se sitúa Catalunya, donde se formalizaron 6.059 solicitudes, el 13 % del total.
En los primeros meses del año, la inmensa mayoría, hasta un 92 %, de las solicitudes de protección se presentaron en el interior del territorio nacional. El 6 % se presentaron en puestos fronterizos El resto de solicitudes se presentaron en Centros de Internamiento de Extranjeros (637) y en embajadas españolas en el exterior (85), aunque hay que matizar que las solicitudes presentadas en sede diplomática corresponden a la formalización de procesos de extensión familiar.
> Visita el Informe Personas Refugiadas 2018 de Accem.
Últimos datos de asilo y refugio en España (Avance 2018)
55.668 personas solicitaron protección internacional en España en 2018, un 79 % más que en 2017.
El 21 % del total de solicitudes correspondieron a personas menores de edad.
Venezuela, con 20.015 solicitudes, es el principal país de origen de los solicitantes de protección en España.
Un total de 55.668 personas solicitaron protección internacional en España en 2018, según los datos hasta el 31 de diciembre avanzados por el Ministerio del Interior. De ellas, 31.917 fueron hombres y 23.751 mujeres. Estos datos suponen un aumento del 79 % con respecto a las 31.120 solicitudes de protección que se presentaron en 2017.
Del total de solicitudes de protección, 11.744 correspondían a personas menores de edad, que suponen el 21 % del total.
Por países de origen, Venezuela continúa siendo el principal país de procedencia de los solicitantes de protección internacional en España. Hasta un total de 20.015 venezolanos y venezolanas pidieron protección en España en 2018. Un año antes, en 2017, habían sido 10.350 los solicitantes de protección de Venezuela. Eso sitúa el incremento en 2018 en un 93 %.
Siguen a Venezuela como países de origen de los/as solicitantes de protección Colombia, Siria, Honduras y El Salvador. Cuatro de los cinco primeros corresponden a países de América Latina, lo que muestra la situación de conflictividad y emergencia que se está viviendo en algunos países de la región, obligando a sus naturales a buscar un lugar seguro en España. En el caso de Colombia, con 8.811 solicitantes en 2018, el incremento alcanza el 258 % con respecto a 2017, cuando se registraron 2.460 solicitudes.
Los solicitantes procedentes de Siria son los únicos que se reducen en número entre los cinco primeros países de origen, pasando de las 4.225 solicitudes presentadas en 2017 a las 2.901 de 2018.
En 2018, la mayoría de las solicitudes de protección se presentaron en la Comunidad de Madrid (20.704 solicitudes). A una significativa distancia, Catalunya (8.034) y Andalucía (5.412).
En España, la mayoría de las solicitudes de protección se presentan en el interior del territorio nacional (47.028), muy por encima de las presentadas en puestos fronterizos (6.494), en los Centros de Internamiento de Extranjeros (1.776) o en embajadas españolas en el exterior (370 solicitudes). Hay que matizar que las solicitudes presentadas en sede diplomática corresponden a la formalización de procesos de reagrupación familiar.
> Consulta aquí el histórico de todos los datos de asilo publicados por Accem.