“Years and Years”, una ficción distópica, un espejo de la crisis del Coronavirus

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El productor y guionista británico de origen galés Russell T. Davies (popular por recuperar la serie “Doctor Who”) está dando mucho que hablar en los últimos meses. Nos hacemos eco y dedicamos este nuevo post de #RefugiadxsEnElCine a la distópica “Years and Years”, una miniserie coproducida entre la BBC y HBO que está abriendo el debate sobre temas tan dolorosos como actuales; problemáticas, todo hay que decirlo, que la crisis del Coronavirus ha acrecentado (ahora ya no es posible mirar hacia otro lado: la distopía está ahí, convive con nosotros cada día desde nuestro confinamiento).

 

 

De qué nos habla «Years and Years»

“Years and Years” nos lleva del 2019 (donde todo iba estupendamente) al 2034 (donde la crisis es mundial) en apenas 6 capítulos. Cada uno de los miembros de la familia Lyons (de muy diversas generaciones, orientación sexual, razas, personalidades, etc.) servirá para evidenciar la inestabilidad social, política y económica que, a modo de distopía, y durante el transcurso de esos 15 años, nos pondrá frente al espejo como humanidad y nos lanzará preguntas cuya respuesta no tenemos o esperamos que respondan los demás, sean estos los políticos, la (des)Unión Europea o la Organización Mundial de la Salud (OMS).

 

Refugiad@s

La crisis de los refugiados se evidenciará desde el primer capítulo a través de Viktor Goraya, un ciudadano ucraniano que huye del yugo ruso tras ser considerado disidente. Torturado y amenazado de muerte, es acogido en un campo de refugiados que, sorprendentemente, está ubicado en pleno centro de Manchester. Lo normal es que estos centros estén emplazados en zonas periféricas o fronterizas, evitando así su visibilización (así pasa actualmente en Grecia y Bosnia, por ejemplo). Si no se ven, no existen; es decir, no existe el problema. Y eso se aplica fehacientemente en el mundo real. Es en este campo de refugiados donde Goraya conoce al que se convertirá en su pareja, Daniel Lyons, que trabaja como oficial de vivienda en este mismo emplazamiento.

Goraya es el otro, el enemigo, el que trae problemas (¿el Coronavirus?). Es, sin duda, uno de los grandes protagonistas de la serie; un personaje que nos permite, a través de sus múltiples diatribas, conocer a qué situaciones se ve abocado quien deja atrás su país y no cuenta con la documentación necesaria (pasaporte, permiso de residencia o de trabajo…). De hecho, Viktor se ve obligado a trabajar sin papeles, es denunciado y expulsado a su país de origen a riesgo de perder su vida en ese regreso… Tras múltiples contratiempos, que deberían hacer que nos cuestionáramos como humanidad, llega a Madrid, a la España socialista, se presenta ante la policía, le arrestan y pide asilo. “Ese era el plan”, comenta Daniel a su familia por videoconferencia. Mientras se soluciona su situación, un nuevo partido de extrema izquierda, Nueva Esperanza, gana las elecciones y tiene una política de repatriación distinta: expulsan a quien no tenga la nacionalidad. Así las cosas, Viktor y Daniel consiguen escapar juntos, con Viktor escondido en el maletero de un autobús. Cerca de Bourges (Francia) el bus es detenido en un peaje para pasar un control y ambos se ven obligados a escapar a pie. Desde ahí intentan llegar al Reino Unido en patera, pero el viaje acaba con 17 cadáveres sin identificar, Daniel es uno de ellos. Una historia que, más allá del estado de ‘pausa’ al que nos tiene sometidos el COVID-19, acontece casi todos los días en nuestras costas.

 

Otras problemáticas presentes en la serie 

Muchas son las problemáticas que se ponen de manifiesto en “Years and Years”. Entre ellas, los a veces cuestionables avances de las nuevas tecnologías y el uso del Big Data. La serie plantea la existencia de seres transhumanos que dejan de ser cuerpos y pasan a ser datos, cuerpos que son subidos a la nube solo como conciencia; pero también pone sobre la mesa el control del ser humano a través de esos mismos datos, y aquí volvemos de nuevo a la realidad que nos ha tocado vivir: acordémonos de cómo China ha controlado -más, si cabe- el movimiento de su población y sus datos biométricos para frenar la expansión del Coronavirus. También evidencia la posibilidad de una guerra nuclear entre las dos grandes potencias económicas EE.UU. y China, cosa que visto lo visto no sería tan descabellado (sin el apellido “nuclear”, por supuesto): recordemos aquí que Trump habló de “virus chino” para referirse al COVID-19…

Y el listado se hace innumerable, cual bola de cristal que nos hace darnos de bruces contra la realidad: el colapso inmobiliario, las fake news y su utilización en política, la independencia de Cataluña (que se predice para 2027), la crisis medioambiental, las fronteras para los migrantes (el primer capítulo nos habla del muro entre EE.UU. y México), el desmoronamiento del sistema bancario (muy similar al corralito argentino que tuvo lugar del 2001 al 2002), el auge de las políticas populistas de derechas (y que en la vida real podemos ver en el Partido Progresista de Bolsonaro en Brasil, el PiS de Andrzej Duda en Polonia, FIDESZ – Unión Cívica Húngara de Viktor Orbán en Hungría, el Partido Republicano de Donald Trump en Estados Unidos, el Partido Conservador de Boris Johnson en Reino Unido, VOX y Abascal en España, etc.)…

Pero no se vayan, que todavía hay más. En esta serie, una suerte de Trump se materializa en Vivienne Rook (Emma Thompson), la histriónica, controvertida y populista empresaria metida a política que llegará a Primera Ministra; aparece también la sociedad que culpabiliza irracionalmente a los otros (que en este caso son los refugiados y los migrantes), que se manifiesta a través de Stephen Lyons (Rory Kinnear), un asesor financiero que vive en Londres junto a su mujer y sus dos hijas y cuyos valores se tambalean cuando su hermano Daniel (Russell Tovey), el ya mencionado oficial de vivienda que trabaja en el campo de refugiados, fallece al intentar cruzar en patera el Canal de la Mancha junto a su pareja, Viktor (Maxim Baldry). Pero también se visibilizan los campos de internamiento (los Otrora), concebidos aquí como una especie de campos de exterminio (la enfermedad y las malas condiciones los harán desaparecer, se dice, pura selección natural, un genocidio en toda regla…); vemos, cómo no, el activismo político, que se personaliza en Edith (Jessica Hynes), la hermana mayor de la familia Lyons, que asume con valentía las consecuencias de un ataque nuclear a Vietnam mientras trabajaba en la zona… Y podríamos seguir hasta el infinito con el resto de la familia, y ahondar en todas y cada una de las tramas que nos interpelan desde el otro lado de la pantalla. La serie logra zarandear nuestros más sólidos cimientos, y lo hace sobre todo (y ese, tal vez, sea su doloroso acierto) desde el momento en que quien muere en la patera es un ciudadano de Manchester, quien sufre las radiaciones de la bomba nuclear en Vietnam es una ciudadana de Manchester, y así todo. ¿Resulta incómodo de asumir? Sí, por supuesto, pero así somos. Solo vemos la paja en el ojo ajeno; solo nos afecta cuando está en el nuestro. La responsabilidad es individual, nosotros construimos el mundo cada día, con lo que hacemos y con lo que dejamos de hacer. Y es que, como dice la sabiduría popular, y la gran matriarca de la serie, Muriel (Anne Reid), refrenda a su manera: “el uno por el otro y la casa sin barrer”. Léase, la responsabilidad de todo lo que pasa es nuestra: hemos dejado que pase, el acomodaticio sillón es ya parte inherente de nuestra estructura ósea, y la movilización, el compromiso, el activismo, la lucha por la justicia social… todo lo dejamos en manos de los demás. ¿Y qué pasa si los demás lo dejan a su vez en nuestras manos? Nada, no pasa nada. Como siempre, “la casa sin barrer”.

«Los bancos, el Gobierno, la recesión, Estados Unidos, la Sra. Rook. Todo lo que ha ido mal es culpa vuestra. Todos somos responsables, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos el día culpando a otros. Culpamos a la economía, a Europa, a la oposición, al clima y al vasto incontrolable curso de la historia, como si no dependiera de nosotros, seres indefensos e insignificantes. Pero sigue siendo culpa nuestra. ¿Sabéis por qué? Por la camiseta de una libra. Una camiseta que cuesta una libra. No podemos resistirnos, ninguno de nosotros. Vemos una camiseta que cuesta una libra y pensamos: «Qué ganga, me la quedo». Y la compramos. No para vestir, Dios nos libre, pero servirá como camisetita interior para el invierno. Y el tendero se lleva cinco peniques miserables por esa camiseta. Y un pobre campesino recibe cero coma cero un penique, y nos parece bien. Todos entregamos nuestra libra y contribuimos a ese modo de vida».

Esta es la arenga que la matriarca lanza a toda su prole, una soflama capaz de provocar el giro copernicano en la serie. Actuar es la única forma de que el mundo cambie hacia mejor, pues sin duda es mejorable. ¿Será la crisis del Coronavirus un acicate en este sentido? Tenemos que preguntarnos qué mundo queremos, no podemos volver simplemente a la normalidad.

 

 

Qué hacemos desde Accem 

Accem es una ONG especializada en el trabajo vinculado al derecho de asilo y a la protección internacional. Desde hace más de 25 años, participamos en el sistema de atención, acogida e integración social de las personas refugiadas en España.

España, como país firmante de la Convención de Ginebra (1951) y el Protocolo de Nueva York (1967) y en virtud de la legislación europea y española al respecto, tiene el compromiso de ofrecer protección a las personas que buscan refugio en nuestro país. Esta protección se articula a través de un sistema de atención y acogida de gestión mixta entre el Estado y las ONG especializadas, como es el caso de Accem.

 

Así es el procedimiento de acogida a personas refugiadas en España

En la británica «Years and Years» se muestran algunos elementos del sistema de asilo en España. Para aclarar conceptos, mostramos en el siguiente gráfico cómo funciona el sistema de acogida a personas refugiadas en España, del que Accem forma parte.

Pincha en la imagen para saber más. >>>>>>>

 

Los datos

En el mundo se calcula que actualmente hay alrededor de 70,8 millones de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares y necesitan protección internacional. De ellas, 25,9 millones son refugiadas, 3,5 millones son solicitantes de asilo y el resto son desplazadas. Una situación de verdadera emergencia internacional, pues son personas que huyen de la guerra, la violencia y la persecución.

> Consulta todos los datos sobre personas refugiadas.

 

La actualidad más dolorosa 

¿Y ahora? En estos tiempos confusos de confinamiento también las personas refugiadas se ven afectadas. Las fronteras se cierran y los procedimientos para demandar asilo se suspenden, mientras no desaparecen los motivos para escapar de la violencia y la persecución. Nos lo contaba hace muy pocos días María Martín en El País del pasado 27 de marzo.

 

 

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