Relatos de mujeres mayores de la Universidad Popular de Leganés

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“En el nombre de la soledad” por Ana Victoria Picazo

Nunca me había parado a pensar en ello, la palabra por sí sola “Soledad” dilapida los sentidos y las emociones y es un sentimiento además de una situación en momentos placentera y en otros una ruina que te toca el alma.

No conoce edades, ni condiciones, ni tratamientos, llega y no se presenta.

Se vista y se desnuda con fragilidad.

Es buena compañera cuando la buscas de manera solícita y la quieres para conocerla, para sentirla, es atrayente y necesaria en muchos instantes de tu vida.

Tiene nombre de mujer, es atractiva, seductora, engañosa… nos nubla los sentidos y nos atrae hacia ella haciéndose valer y moviéndose de manera sibilina por los espacios de tu alma, te engancha y se apodera de ti, haciéndose imprescindible en lo cotidiano y se convierte en un arma letal que duele cuando impone su existir.

A veces no lo escoges, te elige ella y no te avisa, se instala en tu vida muy a tu pesar, sin tu llamarla, y se hace compañera de día y de noche, vela tus sueños, seca tus lágrimas, sonríe contigo y se apodera lentamente de tus espacios.

Como en todo, llegas a acostumbrarte, y aunque no la quieras, llegas a aceptarla.

Recuerdo que hace ya 3 años, sentí el más grande vacío que mi ser ha experimentado ahora.

Cuando mamá se fue, hacía ya 7 años que papá nos había dejado, en ese mismo instante y pasados los momentos del duelo, cayó sobre mí la terrible soledad, esa que te deja desnuda, que te arrebata el aliento, que abre un agujero negro en el que caes de manera inconsciente o te dejas hundir.

Esos son los peores instantes en mi existir hasta ahora, todo tiene remedio, todo se cura con cuidados y mimos, pero la desesperanza del vacío, del no existir, del no poder tocar y sentir a las personas que amas es la soledad más desgarradora, lacerante, insultante, la cicatriz que te queda en el alma, no tiene ni siquiera su nombre.

Aprender a estar con ella, es necesario y bueno para conocernos, crecer y amarnos.

Es maravilloso encontrar placer de debatir con uno mismo, no tener dependencia, y saber jugar al juego en el que somos los personajes de nuestros cuentos, nos divertimos con ellos y aprendemos de nuestras capacidades.

Déjate conocer y no corras el riesgo de ser excluida, sino comprendida y amada.

 

“Soledad” por Maria Patrón

¡Qué bien me suena tu nombre, Soledad!
Cuando con voluntad te llamo.
Qué bien me suena tu nombre
cuando tímida me abrazas en las tardes silenciosas
y me cubres con un velo de nostalgia.

Callada me escuchas sin reproches,
yo te cuento mis secretos,
te hago confidente de mis miedos y tú,
me llevas de la mano a un lugar
de paz y sosiego.

Sin embargo amiga mía,
cuando hablar contigo no quiero,
y te deslizas en mis días,
si tu nombre no pronuncio
¿Por qué vienes a visitarme silenciosa
y zalamera?

Me coges por la cintura
y me arrastras y me empujas
hasta el borde de un oscuro abismo,
donde unos rayos de plata me sostienen
y muda vuelvo a gritar tu nombre
¡Soledad!

 

“Invisibles” de Eloísa Pardo

Adela hace ya tres noches que no duerme en su cama, me he dado cuenta porque, cuando paseo por el corredor soleado de la residencia, veo su cama hecha y ella es muy perezosa y se levanta tarde y hace quejarse continuamente a Carmen, la auxiliar, porque dice que ya va todo el día retrasada en sus tareas.

No se ha podido ir con sus hijos porque desde que vino, hace ya unos tres años, no ha recibido nunca visitas.

Varios días ya sin verla y nadie dice nada en el comedor, observo caras de miedo y miradas que huyen cuando se encuentran.

Abelardo tiene muy descuidado el rosal que plantó por sus ochenta y nueve cumpleaños. Se lo he regado un poquito esta mañana para quitarle ese aire vencido a las rosas blancas.

Se mastica un silencio raro en la residencia, no hay ninguna risa ni comentarios maliciosos como antes a la hora de la televisión.

Laura no ha venido hoy a la revisión del médico y por la tarde me ha parecido ver a su hija hablando con la directora del centro. Pero no debe pasar nada malo porque no se le veía triste, miré con disimulo a sus ojos y los tenía secos.

La otra noche me pareció que alguien chillaba, creo que era Fidel. Hoy no le he visto en su silla de ruedas debajo del pino piñonero donde le gustaba quedarse, al fondo del jardín.

Es un viejo testarudo, aunque luego es el primero en emocionarse con las películas de amor, qu lo sé yo. Es viudo desde hace mucho tiempo y no tiene hijos.

Acababa de coger el sueño, cuando unas manos silenciosas y enérgicas me han sacado de la cama. He preguntado dónde me llevaban y no me han respondido. Es Javier, el guarda de noche y Pila, otra de las auxiliares, la rana, como la llamamos todos, por su forma de hablar y que se ha casado hace un par de meses.

Les he vuelto a preguntar qué es lo que pasaba, pero sólo me han devuelto una mirada perdida.

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