Pina, seis minutos de soledad y baile

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Serie-'Almas-de-cántaro'---Óleo-sobre-lienzo---41x33cm---2013-con-pie

Por Begoña Moriana López

Como cada mañana Sofía abre los ojos y mira al techo. Estira el brazo hacia la mesilla y tira del cordón del collar de tele-asistencia. Lo coge y se lo coloca en el cuello. A veces piensa, que envejecer, cuando has sido una bailarina casi toda tu vida,  es más desgracia que si no hubieras bailado nunca. Se cambió hasta el nombre. Sofía no es un nombre feo, en absoluto, pero sus compañeras empezaron a llamarle Pina. Fue allá por los ochenta. Su trabajo en la danza contemporánea era tremendamente innovador, casi de igual nivel que la alemana Pina Bausch.  Pero ahora ya tenía ochenta años y se movía con ayuda de un andador. Y además vivía sola, lo que le daba muchas ventajas y, por supuesto, también inconvenientes.

Pina se levanta con esfuerzo de la cama y como cada mañana, llega a la cocina y se prepara su desayuno, no sin antes poner en marcha a su Paco, como ella le llama. Concretamente, con el tema Entre dos Aguas y además en modo bucle. Son cosas de la edad, se dice. Ahora que oye menos, pone lo que le da la gana, las veces que quiere y al volumen que necesita.

Casi todas las mañanas, coloca el andador de manera estratégica para que, cuando acabe el desayuno, le ayude a desplazarse directamente al baño. Más que nada, porque esas semillas de lino que toma cada mañana, hacen un efecto tan rápido en sus delicados intestinos, que en alguna ocasión, casi no llega a tiempo. Sin embargo este día en concreto, ni la estrategia, ni las semillas funcionaron. Una, por desgracia, provocó la catástrofe; la otra, del susto, no hizo efecto y menos mal que no lo hizo.

Después del desayuno, se incorporó de la silla con dificultad y giró su cuerpo como en otras ocasiones. Pero hoy, simplemente, éste no respondió. Su mano temblorosa, quiso asirse al andador, pero no al real, sino a su doble, más difuminado y gris. Un día de estos tendría que preguntar al médico por qué a veces veía doble. Y entonces, erró. Y tras errar, cayó de lado y estrepitosamente contra el duro y frío suelo de la cocina.

Pina, bailarina durante tantos años, sabía con certeza, que ese golpe y el sonido interno que le recorrió por dentro, no era una simple caída. Sus piernas no le respondían y comprobó con espanto, que ni siquiera sentía los dedos de sus pies. Empezó a hiperventilar y con un tremendo dolor, giró su cuerpo para colocarse boca arriba. Un grito desgarrador salió de su garganta y con el rostro bañado en sudor, comenzó a llorar y pedir auxilio.

La cordura, incluso en estos duros momentos, hace acto de presencia y Pina recuerda dos cosas; una, que nadie le oirá porque su Paco toca la guitarra mucho más alto y mejor de lo que ella podría gritar, y dos, que si no aprieta el botón del collar lo antes posible, nadie vendrá en su auxilio. Dicho y hecho. Mientras la música seguía su curso en bucle, apretó el botón y empezó a respirar calmadamente. Con esa calma que te da el saber que estás tomando las decisiones adecuadas. Total, el suelo no se iría más abajo.

Sabía que en breve le llamarían al dispositivo que casualmente tenía colocado en la cocina. Puede que no le oyeran bien, pero ellos intuirían que algo andaría mal, porque sabían de su día a día, casi más  que ella misma. Y también sabían de Paco y su bucle musical. Mientras, decidió hacer lo que siempre había hecho, bailar.

Levantó sus brazos y colocó sus manos para empezar su pieza. Duraba justo seis minutos y estaba empezando de nuevo. Siempre contemporánea e innovadora. Porque como ella decía, se puede tener un cuerpo envejecido y mantener un espíritu joven. Sus movimientos originales y gráciles eran tan bellos, que de no visualizar la escena en su conjunto, nadie diría que se trataba de una persona que acaba de sufrir un accidente.

Mientras sus hombros, antebrazos, muñecas y dedos se desplazaban por el aire al son de la música de su Paco, Pina, con sus ojos cerrados, empezó a derramar preciosos ríos de lágrimas. En su boca apareció la más bella de las sonrisas y todo su rostro se transformó en un remanso de aceptación, no sin dolor, pero aceptación a fin de cuentas. Ahí estaba Pina, en sus seis minutos de soledad y baile.

 

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