Centro de día

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En su espejo

Por Rubén Lapuente Berriatúa

Manoli, creía que su vida ya sólo sería una cabeza somnolienta, sujeta a una butaca, a su trocito de cielo, al ruido de fondo de un televisor. No notaba que la soledad iba haciendo bien su trabajo, desordenando los recuerdos, criando sombras, replegándola… Ya son muchos años –dice– para encararse con los suyos, con lo nuevo desconocido. Y mañana ya viene el pequeño autobús “Al otro rincón del olvido” dice que la llevan.

Y entra, medrosa, aturdida, con ganas de desaparecer. Pero, poco a poco, comienza  a revivir miradas de su mismo tiempo. Palabras que le suenan como si se las dijera ella misma…

“¿Cuál es tu nombre? Mira. Ven. Tenemos un patio chico pero con el mismo sol del recreo de aquella vieja escuela tuya; un pequeño huerto en altares de madera para que no se venza tu espalda; un campanario con badajo de jilgueros que no callan. Y mecedoras con fieles pulgares que no se cansan nunca de acariciarte. ¿Sabes jugar a las cartas? ¿Y al juego de la rana? ¿Has jugado al bingo? Sólo dan caramelos si ganas, pero de los buenos, de los de licores con sabor a cuba libre. ¿Sabes que hay baile? Y siempre están ellas, las de uniforme, que no te dejan dormir en los recuerdos. Que como vengas malherida, te alientan hasta que alcances con la punta de los dedos el abismo de un tenedor o hasta que cruces el desierto de una baldosa. Ven, mira…”

Y al caer la tarde, el pequeño autobús la devuelve a la puerta de su casa. Y sobre la cama, deja caer su ancianidad con su nuevo sueño viajando solo hacia mañana:

El empeño por destacar. La revancha de la derrota en el juego. La dulce mirada mate que ha de devolver… Y a primera hora, espera con alegría al pequeño autobús. Y al verle llegar por la calle, disimuladamente, se perfila los labios (¿verdad Manoli?), como si la vida empezara otra vez.

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