La ausencia de lazos familiares y relaciones interpersonales, la soledad, origina en quien los sufre, daños físicos y psíquicos muy difíciles de remediar en solitario. Los investigadores admiten que la soledad desencadena respuestas en el cuerpo que hacen enfermar a las personas. La soledad no buscada es un problema de salud pública, como el tabaquismo o la obesidad.

No estamos hablando de personas que viven solas, sino de personas que se sienten solas. Hablamos de soledad cuando no es escogida y a la carencia de compañía se le suma el sentimiento subjetivo de no tener a nadie, de tristeza, de vacío.

La soledad a cualquier edad, provoca mucho sufrimiento y exclusión social, con el tiempo se agudiza, pudiendo llevar al aislamiento social. En la mayoría de estos casos las personas mayores acabarán presentando un deterioro funcional, físico y de la salud en general.

La mayoría son mujeres de más de ochenta años, con movilidad reducida y pensiones bajas y entre éstas tres grupos vulnerables: las mujeres migrantes, las que no han trabajado fuera del hogar y las que viven en zonas rurales.

Para combatir la soledad es imprescindible sensibilizar y dar a conocer el problema a la población en general. Prevenir a través de la educación en valores que fomente la participación, la convivencia, la vida social y la colaboración con los demás, prestando especial atención a las familias como principales proveedoras de cuidados y protección de sus miembros.

Recuperar la inversión social por parte de las Instituciones o un simple gesto al alcance de todos: prestarle un poco de atención al vecino mayor de la puerta de al lado porque nadie va a los servicios sociales a decir que está solo.

También promover el envejecimiento activo que permite a las personas realizar su potencial de bienestar físico, social y mental a lo largo de todo su ciclo vital y participar en la sociedad de acuerdo con sus necesidades, deseos y capacidades.

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