Retratos fugaces 2

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Eduardo

Eduardo tiene 36 años y por sus palabras parece estar a punto de despegar, a punto de dejar atrás la mala racha, la calle, todo esto.

“Muy bien, estoy muy bien”, dice y repite en esta fría noche de invierno en el centro de acogida a personas sin hogar de Vallecas. 

Presume de tener muchos amigos, con quienes se junta a menudo a cenar o a charlar: “Yo hago amigos por todos lados”.

Reconoce que tiene algunos problemas, pero todos parecen camino de solucionarse.

Tiene un hijo de nueve años, pero no tiene permiso para visitarlo. Por el momento se tiene que conformar con ir a verle jugar al fútbol los domingos por la mañana. El crío vive con su hermana. Sin embargo, Eduardo piensa que en cuanto hable con la trabajadora social solucionará este asunto y podrá pasar más tiempo con él.

Eduardo estuvo en la cárcel nueve meses y salió “reformadito”, según sus propias palabras. Ahora está limpio, no tiene nada pendiente. Aunque luego matiza que le quedan aún por resolver un par de asuntos con la Justicia. “Pero me quito esos dos y ya estoy libre”. Es optimista.

Ha dejado el alcohol, algo que le hace sentirse muy orgulloso. No necesitó entrar en ningún centro para quitarse “de la mierda del alcohol”. En estos días se ha cumplido un año desde que lo dejó. “Y lo podía haber celebrado ayer bebiendo, pero en cambio qué hice, celebrarlo hoy comiéndome una hamburguesa”.

“Muy bien, estoy muy bien”, vuelve a repetir.

Eduardo, como Juan José, como Joâo, como tantos otros, quiere distanciarse de los demás: “Yo no soy como esta gente”. Él no se levanta pensando en vino. Él se encuentra bien de salud, es donante de sangre, apunta, “cosa que éstos no pueden ser”. “Y mañana sábado, me ducho y me cambio de ropa, y salgo como una persona normal”.

De nuevo, el asunto de la identidad. Las personas sin hogar rara vez se identifican a sí mismas como parte de ese grupo. No existe un ‘nosotros’, una identificación colectiva.

“Siempre hablan de ‘esta gente'”, dice Ana, la trabajadora social del centro. Hablar en tercera persona del plural es una forma de salir de su propia situación y “sentirse más cercanos al mundo normalizado”. Y continúa: “Muy poca gente lo verbaliza, tal vez la gente más mayor, o la que realmente ha querido vivir en la calle, o la que lleva ya mucha tralla”.

Los demás no resultan un espejo muy agradable para verse reflejados y esa distancia acaba siendo un mecanismo de defensa fundamental. Simplemente, no quieren verse así.

“Y lo demás muy bien todo”, dice Eduardo.

Él ha tenido suerte. Incuso cuando le ha tocado la calle. Como aquella ocasión en la que, en un cajero en Alcalá de Henares, un hombre le apretó la mano y le dijo que no la abriera hasta que no hubiera salido. Y descubrió entonces que le había dado 50 euros. O como el día en que otro chico le echó su cazadora por encima y se la regaló.

Eduardo se esfuerza en dar la mejor imagen posible. Bromea con ser el ayudante de los guardias de seguridad del albergue y no ahorra ningún elogio al hablar del trabajo de los compañeros que trabajan cada día en el centro.

Pero a él le van bien las cosas. Ahora en abril dice que comenzará a trabajar con su primo, que hace la temporada de las fiestas de los barrios y pueblos de Madrid, con un puesto en la feria.

Además, va al gimnasio. De un amigo, que le deja ir sin pagar. Y hace pesas y entrena boxeo.

cronicas-frio-Retratos-fugaces-2-1Habla de su tiempo en la cárcel. “Salí por la puerta grande”. Aprovechó para estudiar y para hacer deporte. No tuvo ningún problema con nadie, según cuenta. Lo único malo, señala, fueron los últimos diez días de condena, por los nervios de volver a estar libre.

Y ahora se propone, además, en un mes, dejar de fumar.

Eduardo dibuja un panorama que invita al optimismo para describir su situación. Puede que sea una estrategia de supervivencia. Puede tratar de construir para los demás una imagen idealizada o al menos mejor del punto real en el que se encuentra. Puede que lo haga porque piense que le puede venir bien. Puede que lo que cuenta no se ajuste del todo a la realidad. O simplemente, puede servirle para tratar de autoconvencerse.

O puede que todo sea cierto.

Que “por lo demás, muy bien todo”.

Juan

En el centro de acogida de Pinar de San José, Susana, la coordinadora de Accem para la Campaña del Frío 2012/2013 de atención a las personas sin hogar, me presenta a Juan, un hombre de alrededor de 50 años y que no parece con muchas ganas de hablar con un desconocido sobre su vida íntima. Algo extraño, ¿no?

Pero por natural que parezca en realidad no es lo habitual. Son muchos los que se lanzan rápidamente a contar su vida, a abrir de par en par las puertas de lo que les ha acontecido, los que comienzan su relato, sea cierto, sea falso, sea verosímil o parezca una fábula. Necesitan hablar y si alguien está dispuesto a escuchar, no desaprovechan la ocasión.

Juan no. Juan no tiene muchas ganas de hablar. No sabe qué hará ahora, cuando en pocos días termine marzo y con el mes se ponga fin al dispositivo de atención de emergencia durante el invierno para la gente que vive en la calle en Madrid.

Todo esto le ha venido bastante de sopetón, en los últimos tiempos. Se fue de casa, porque las cosas iban mal con su mujer. No han hecho papeles, aclara, pero están viviendo de forma separada.

Después, perdió el trabajo. Llegó a ser encargado de obra en una de las primeras constructoras de este país. Pero ya sabemos todos qué ha pasado con el sector. Más tarde, se acabaron los subsidios… y, finalmente, la calle.

cronicas-frio-Retratos-fugaces-2-2Susana le pregunta por su mujer; Juan ha hablado con ella y las noticias no son buenas. Le han encontrado algo malo. Sus ojos se le llenan de lágrimas. No había visto aún lágrimas en este lugar, posiblemente la calle es demasiado dura para eso.

Los datos del VI Recuento de Personas Sin Hogar de la Comunidad de Madrid, realizado el 13 de diciembre de 2012 y en el que se detectaron un total de 701 personas en la calle, indican que el 28% de las personas sin hogar están separadas o divorciadas, junto a un 37,5% que son solteras.

Juan necesita un trabajo y necesita una casa, posiblemente con eso bastara, antes de que sea demasiado tarde. Una habitación y un puesto de trabajo. No parece tanto para evitar que alguien caiga.

Él se mueve solo. Los que llevan poco tiempo se suelen mover solos, son los que más lejos se ven de los demás, algo que, sin embargo y como ya hemos visto, generalmente no cambia con el tiempo.

Juan tiene un hijo, pero no quiere tocar ese tema, sólo dice que pudo hablar con él hace poco, por el día del padre y por sus respectivos santos. Su hijo no sabe que su padre está en la calle.

Pero no quiere seguir por esa conversación, no quiere volver a sentirse vulnerable, ahora que se ha recompuesto tras el bajón que le había sorprendido al referirse a su mujer.

Cuando las cosas le iban bien, vivía en Barcelona, aunque él no es de allí, vino del sur, de Andalucía. Desde septiembre, vive en Madrid.

Hasta ahora no ha tenido que verse de manera permanente en la calle. El equipo de trabajadores sociales intenta encontrar una solución para él, para cuando termine la Campaña del Frío, pero por el momento no sabe nada.

Juan sólo se relaja para hablar de fútbol. Es muy madridista y sigue toda la actualidad del equipo merengue. Ahí sí se siente cómodo, analizando los posibles sustitutos de José Mourinho en el banquillo blanco, y también los que serían sus refuerzos favoritos para el equipo, de cara a la próxima temporada. El fútbol le permite evadirse por momentos de sus angustias.

Ahí sí, habla de la crisis; de cómo los mejores jugadores españoles se van a jugar a Inglaterra ante la situación más boyante de la Premier League, o de cómo el flamante nuevo estadio del Valencia se ha quedado a medio construir, como una ruina desde hace años abandonada. Los asombrosos efectos de la crisis.

 

Texto: Santiago Gómez-Zorrilla
Fotos: Accem

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