Hijos de los hombres

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2020, Londres. Un futuro cercano, pero alejado de nuestro presente. Hay policías armados, paramilitares, controles de documentación en cada esquina. Y explosiones. Humo. Hay jaulas en medio de las calles. Y miedo. Tristeza. Y vacío. Y hay miedo, hay tristeza, hay vacío porque desde hace dieciocho años la humanidad no ha escuchado el llanto de un niño, la risa de un niño. Porque desde hace dieciocho años no ha nacido ningún ser humano.  No hay embarazadas. No hay partos. Sólo hay miedo; miedo y sobreprotección. La infertilidad se ceba con la especie. Es la plaga final. La que acabará con las personas, más allá de cualquier enfermedad o amenaza exterior.

Aunque se podría decir que la condición de humanidad ya hace años que ha desaparecido… porque las jaulas que abarrotan las calles son jaulas en las que se apelotonan personas. Personas que han huido de sus países por guerras, hambre. Por conflictos, pobreza. Las personas que abarrotan las jaulas son refugiadas. Y en ese 2020, Alfonso Cuarón las imagina tratadas como a ganado, como una molestia, como una peste.

Pero… ¿qué ocurre cuando es una refugiada la que puede salvar la humanidad? Con actores de la talla de Clive Owen, Julianne Moore o Michael Caine, Alfonso Cuarón diseña un futuro en el que la única esperanza para los seres humanos es la solidaridad. Un futuro aterrador del que solo nos puede salvar ayudar al prójimo.

Un futuro… ¿alejado de nuestro presente?

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