Despedida y cierre: uno de ellos

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Acaba marzo de 2013. Se acabará pronto, se supone, el frío. Y finaliza, hasta el próximo invierno, la Campaña del Frío, que el Ayuntamiento de Madrid y Accem han puesto en marcha para dar acogida a las personas que viven en la calle en la ciudad.

Glorieta de Príncipe Pío. Una incómoda e intermitente llovizna se mezcla con un frío gris que no parece dispuesto a retirarse por ahora.

El 20 de marzo, tal y como estaba previsto, ha cerrado el Centro de Acogida de Vallecas, una nave con capacidad para acoger a 130 personas. En pocos días también echará el cierre el Centro de Pinar de San José, con 150 plazas. Se acaba el invierno y se pone fin a este dispositivo de emergencia humanitaria en Madrid. Pero la necesidad de techo y cama no desaparece.

Se respira la tensión. Desde el cierre del centro de Vallecas, son muchos los que se han quedado en la calle, los que de nuevo se han reencontrado con la realidad de no tener un sitio donde dormir.

Y en pocos días, cuando ya no estén disponibles las camas del centro de Pinar de San José, todo será peor. ¿Y entonces?

Ahora, cuando aún no se ha echado la noche encima, son ya muchos los que se agolpan cerca de la parada en la que se detendrá en un rato el autobús de la EMT que participa en el dispositivo y conducirá al centro de acogida a las personas que hoy consigan plaza.

Ahí está Eduardo, que la otra noche hablaba tranquilo en el centro de Vallecas. Hoy su cara refleja cansancio, preocupación, angustia. Es difícil ocultarlo. La pasada noche se quedó sin plaza y se ha tirado caminando todo el día y toda la noche. Está agotado. “Pero todavía hace demasiado frío como para quedarse parado”, explica.

Ni una palabra sobre las supuestas buenas perspectivas que mostraba el otro día sobre su futuro inmediato, sobre un posible trabajo. Trata de conseguir cama esta noche en el centro. Recupera su tono para decir que sólo necesita una noche, que mañana toma el tren para Guadalajara, donde hay un centro de acogida en el que no hay tanta gente. Eduardo se vio en la calle hace unos meses, cuando salió de la cárcel. Esta noche, de nuevo, no tendrá otro techo que el cielo.

Estos mismos días, la radio ha dicho que éste es el invierno más lluvioso desde 1947. El frío no hiela, pero ahí está, molesto, al mezclarse con la lluvia y este día de nubes grises. Y en breve al cóctel se unirá la noche.

Tambaleándose se acerca un joven africano. Está totalmente drogado. No se entera de nada. Parece un zombie. Su mirada se pierde y no articula palabra coherente. Pero él también sabe lo que está en juego. Se pone a llorar siempre que se cruza con cualquiera de los compañeros que trabajan en la Campaña del Frío. No hace falta. Su estado tan deteriorado le convierte en sujeto de atención preferente para este dispositivo de emergencia. Pasar la noche en la calle para él podría ser fatal. Hoy, tendrá plaza y cama en el centro.

El alcohol, un problema y una forma de sobrevivir

Matando el tiempo, aguardando la llegada del autobús, bastantes personas permanecen sentadas en las proximidades, solas o en grupo. Algunas apuran sus cartones de vino. Hay que combatir este maldito frío, esta soledad.

El alcohol es un problema, qué duda cabe. Su protagonismo salta a la vista. Lo dice el tópico y lo corrobora la realidad de muchas de las personas que viven en la calle. Pero no es una regla general tampoco. Y es un problema complejo:

¿Es el alcohol un factor que lleva a la gente a la calle?

En ocasiones, sí.

¿Es el alcohol un asidero al que se agarran muchas personas para soportar la dureza de la calle?

Sí, sin lugar a dudas.

¿Es el alcohol un agujero por el que se escapan los euros, muchos o pocos, que pueden conseguir?

Sí, también.

¿Es el alcohol un elemento que perpetúa la situación de calle y dificulta la salida de este túnel?

Y sí, también.

cronicas-frio-despedida-y-cierre-2Ana, trabajadora social del dispositivo, cree que sobre todo “el alcohol es un medio que les permite subsistir en la situación en la que están viviendo, lo utilizan para sobrevivir en la calle, para que el día a día sea menos sentido”.

Son los últimos días y entran en acción en un nuevo desempeño las trabajadoras sociales de Accem y el Samur Social. Su misión, caminar, observar, hablar con la gente y detectar los casos más vulnerables. Localizar a aquellas personas que, dentro de la evidente necesidad general, más lo precisan. Detectar casos de personas que puedan, tal vez, ser derivadas a otros recursos de la red estable de acogida a personas sin hogar de Madrid una vez se acabe, en unos días, la campaña.

Arturo carga una enorme maleta. Es andaluz y usa sombrero y un abrigo largo. Está nervioso. La pasada noche tuvo que refugiarse en la sala de urgencias de un hospital. Está mal de salud, dice que lleva días sangrando por el ano y que tiene hinchadas las piernas. Se quedará sin plaza esta noche.

También lleva sombrero Francisco. Está muy inquieto. Alega y gesticula con vehemencia. Pide que al menos le digan algo ya, quiere saber si va a tener o no plaza. Pero todavía no se sabe. No se ajusta al perfil de mayor vulnerabilidad. También para él sólo quedará la calle esta noche.

Gorka es un chico joven, con cara de niño y el pelo abultado, que vino de Euskadi. Está en silencio, apoyado en una marquesina. Sabe que no habrá plaza para él. Tiene problemas con el alcohol. Por eso se fue de casa. Todavía tiene gente que le está buscando. Pero por ahora él prefiere estar solo.

La lucha es por uno mismo, no contra los demás

El autobús está recogiendo a los afortunados que tienen su tarjeta semanal en vigor y que tienen hoy asegurada la plaza en el centro de acogida. Su primer viaje se completa con ellos. Los demás, los que no tienen o la han perdido, tendrán que esperar al segundo. Ahí es cuando se disparará la tensión.

Hoy sí aparecerá la competencia, la lucha por la supervivencia. Todos tratarán de convencer a los compañeros de que su caso es de especial necesidad, de que una plaza debe ser para él. Cada uno seguirá la estrategia que estime más adecuada. Y también, habrá quien no dirá nada, quien simplemente seguirá con la mirada la evolución de los acontecimientos; quien, tras no conseguir nada, se resignará y continuará caminando, por las calles y por la noche, cada vez más oscura, de Madrid.

Hay un compás de espera. Tardará un rato en llegar el segundo autobús.

Un hombre de mediana edad y actitud altiva, cara afilada y curtida, castigada por la vida, espera junto a su pareja. Ella conseguirá plaza. Es mujer y es por tanto perfil de atención preferente. Él no la conseguirá. En un rato, cuando se complete el segundo autobús y se confirme que su pareja no tiene hoy plaza, ella renunciará a la suya y se marchará junto a él, sin mirar atrás.

Con el segundo autobús comienza de nuevo el jaleo. Desde el autobús, los compañeros, con la lista de plazas y recursos disponibles, con firmeza, serios, acometen una de las partes más complicadas de este trabajo, la selección de aquellos que tendrán la oportunidad de conseguir una cama. Y, por defecto, la de aquellos que no la tendrán.

cronicas-frio-despedida-y-cierre-3Después de casi cuatro meses de trabajo, les conocen a casi todos, aunque siempre, cada día, hay alguien nuevo. Generalmente, les llaman por su nombre. La prioridad, aquellos cuya situación es más vulnerable, por su estado, por su edad, por el alcance de su deterioro.

Alguien se sentirá aliviado cuando escuche su nombre. Subirá a ese autobús. Nadie le increpará. Todos juegan sus cartas, se reivindican, codician esas pocas plazas que quedan. Pero también saben que todos allí necesitan esa cama. Nadie finge. La lucha es por uno mismo, no es contra los demás.

Estos días son duros, porque son muchos los que se quedan en la calle y se escucharán quejas y protestas. Por lo que va a ser de ellos, por las horas de espera, por la impotencia que genera el que otros decidan su suerte; por el final de la campaña; por la injusticia que cada quien entiende que se está cometiendo con él. “¡Tú dices ‘tú sí’ y ‘tú no’!”, protesta airado un hombre corpulento dirigiéndose a uno de los compañeros.

Son bastantes los que hoy se quedarán en la calle. Como Eduardo, como Arturo, como Gorka y como Francisco. Por delante, las largas horas de la noche en la ciudad de Madrid.

El autobús se completa y parte en su segundo y último viaje del día.

 

Reencuentros en el centro de acogida

Llegamos al centro, situado en un polígono de la periferia madrileña. Nos recibe el hilo musical y el ir y venir de mucha gente. Algunos están en el hall, charlando, pasando el tiempo; otros salen al patio a fumar; otros cenan; otros se pegan una ducha y hay quienes ya han cenado y prefieren retirarse cuanto antes a la habitación.

Reencuentro con algunas de las personas con quienes compartimos asamblea en el centro de día, aquellos pocos que pueden pasar todo el día en el centro por su situación especialmente vulnerable.

Jesús tiene hoy mala cara, cree haber agarrado una pulmonía. Intenta conseguir otra manta, pues la noche anterior ha pasado frío, por la fiebre. Y quiere pasar por la enfermería, a ver si le dan algo. Mantiene, pese a ello, su buen aspecto, con su jersey de color claro y su bufanda. Casi siempre lleva en la mano un libro, o a veces un periódico. Tiene especial predilección por las novelas policíacas de John Grisham, que toma prestadas de las bibliotecas.

Él es de los pocos que, aparentemente, tienen solucionada la papeleta del presente más próximo, con el fin de la campaña. Parece que se va a solucionar un problema que ha tenido con el cobro de la Renta Mínima de Inserción (RMI), que la tenía bloqueada, y, con ese dinero, piensa alquilar junto a otra persona, una habitación en un piso, por 110 euros al mes.

También está Paco, uno de los más activos en la asamblea del otro día. Está tenso. Ya advertía en la asamblea que el centro no tiene nada que ver por el día y por la noche. Se queja de que por la noche hay que aguantar al que llegue y como llegue, “esté borracho, drogado, vomitando, lo que sea”.

Paco estuvo unos cuantos años preso. Cuenta que cuando salió y fue a su casa se había metido una familia y le dieron una paliza. Se quedó en la calle. Ahora aún se recupera de sus lesiones. Por eso está en el centro de día. Hay un amago de refriega, un forcejeo entre dos personas. “No tengo ganas de lío”, afirma Paco a distancia, sin él estar involucrado, y en cuanto puede se escurre hacia la habitación, en dirección a su cama.

cronicas-frio-despedida-y-cierre-4Alexis es uno de los guardias de seguridad del centro. Es de origen dominicano. Es la primera vez que trabaja en esto. Dice que su función es mantener la paz, evitar que los problemas o las disputas que se generen puedan pasar a mayores. En su experiencia de este año le ha sorprendido la incidencia de la enfermedad mental entre las personas que viven en la calle. Alexis apunta al alcohol y a la droga como los principales generadores de problemas de convivencia. Igual entiende la complicada situación que viven las personas acogidas, por eso explica que trata de atender a cada uno de forma personalizada, según los va conociendo.

Y, de nuevo, Juan José

De pronto veo junto a la pared, en el hall, a Juan José, con quién hablé hace unos días en la calle, en la estación de Atocha, en una noche en la que explicaba al equipo de la Campaña del Frío por qué la noche anterior no había podido acudir, lo que había significado la pérdida de su tarjeta semanal. Aquel día le salió un trabajo, su principal obsesión en la vida, el camino que seguía cada día para salir de una situación que él estimaba que no le correspondía. Pues, definitivamente, él no era uno de ellos.

Aquel día, Juan José estaba cansado, pero lúcido y vehemente. Hoy no. Hoy, aparentemente, su estado es mucho peor. Está muy torpe y espeso. Su aspecto es de un mayor abandono. Ni rastro de la elocuencia de la otra noche.

Salimos juntos al patio, pues quiere fumar un cigarro, y conversamos.

La noche es fría y desapacible, ventosa. Él intenta sin éxito fumar un cigarro mal liado, sin filtro, que se apaga a cada momento porque no tira y por las ráfagas de aire.

Hoy es difícil seguirle. Se pierde, divaga, las frases quedan suspendidas a mitad de camino entre no sé dónde. Se le cierran los ojos mientras habla. De vez en cuando, muy trabajosamente, se hilvanan y se cierra un pensamiento coherente.

Son los efectos del trankimazín, un potente ansiolítico, un tranquilizante, la droga de la calle, la que más se mueve entre las personas sin hogar. Trankimazín y metadona, complicada dieta la de Juan José; antes fue la heroína.

Lo que está claro es que los efectos del trankimazín le hacen bajar la guardia. Destierran imágenes postizas. La persona queda desnuda y habla y cuenta su vida, sin ocultar, esta vez no, su real situación.

El personaje distinto a todos los demás, el que había pasado una repentina mala racha que le había llevado de improviso a la calle desaparece, mientras sus párpados se cierran e intenta expresar sus pensamientos y, sin éxito, apurar el cigarro.

A Juan José le ha tocado bailar con la más fea en la vida. Se le mató un hijo con 17 años en un accidente de tráfico. Él y su mujer no pudieron salir juntos de esta tragedia. No pudieron superar el duelo, la pareja no sobrevivió a tan enorme golpe. Cada uno tuvo que intentarlo por su cuenta. Y parece que ninguno tuvo éxito.

Tras perder su hijo, tras perder su matrimonio, su relación, llegaron nuevas pérdidas, ya incomparables, pero graves: el trabajo, los ingresos, etc.

También pasó por la cárcel; también conoció la heroína. Juan José perdió el apoyo de su familia, de sus hermanos, que durante algún tiempo sí existió. Pero, finalmente, se agotó. Sin red, quedó la calle.

cronicas-frio-despedida-y-cierre-5Mientras hablamos un tipo que no se tiene en pie, tambaleándose, irrumpe bruscamente pidiendo un mechero. En un rincón, un hombre echa hasta el alma vomitando en un rincón.

Juan José presta su mechero y hace un gesto de repulsión, de rechazo, por lo que le rodea. No se siente a gusto aquí, no se identifica con el resto de personas, sus compañeros de centro, sus incómodos espejos.

Está medio enfermo; arrastra una neumonía mal curada; la calle es muy dura y más en invierno. Dice que casi no come, pues no le gusta pedir, ni vivir de la caridad, no le gusta tener que ir a comedores ni tampoco aceptar el favor de un conocido suyo que tiene un bar y le ofrece un plato gratis siempre que pasa por allí.

Como tantos aquí, Juan José tiene su particular laberinto, su quebradero de cabeza que le carcome la cabeza en los últimos días. Ha perdido su maleta, con sus pertenencias dentro. La dejó hace unos días en la consigna de la estación de Atocha, no la recogió a tiempo y ahora no tiene dinero para recoger sus cosas. No tiene más. ¿Qué habrán hecho con ellas? Está muy agobiado con esto. “Sería ya lo último”, dice.

Tampoco puede dormir; la noche anterior, la madrugada le sorprendió despierto a las 07:00 a.m. Está muy angustiado por lo que pasará con él cuando, en muy pocos días, también cierre el Centro de Acogida de Pinar de San José, cuando termine la Campaña del Frío 2012-2013.

Él cree que se quedará en la calle.

Juan José es uno más.

Juan José es uno de ellos.

Texto: Santiago Gómez-Zorrilla
Fotos: Accem

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