Al final de la fila

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Son las 20:30 horas y es noche cerrada en la Estación de Atocha de Madrid. Desde hace algunas horas, se ha ido formando en la calle un grupo de gente cada vez más nutrido. A medida que llegan, por goteo, se incorporan a una fila en la que todos saben exactamente cuál es el lugar que ocupan.

Hace frío. Este largo invierno no termina todavía, aunque ya nos acercamos a la primavera. En esta noche de marzo está de nuevo activada la alerta del Ayuntamiento de Madrid para los días de frío extremo, aquellos en los que la previsión meteorológica ha estimado que la sensación térmica será inferior a cero grados en la noche.

En estos días, explica Susana, coordinadora de Accem en la Campaña del Frío 2012-2013, se activan todos los recursos, todas las camas disponibles, todas las plazas suplementarias para que nadie tenga que dormir necesariamente al raso en las calles de la dura y fría ciudad de Madrid.

cronicas-frio-al-final-de-la-fila-2La Campaña del Frío es un servicio de asistencia a los más necesitados de la sociedad que, literalmente, salva vidas… o cuanto menos, evita muertes, como resumirá un trabajador del equipo de Accem.

El grupo de personas que se ha ido formando a la salida de la Estación de Atocha, en la Avenida Ciudad de Barcelona, espera pacientemente la llegada de un autobús. A estas horas del día están deseando llegar al centro de acogida para pasar la noche. Están cansados. Vivir en la calle es agotador. Todo el día de un lado para otro, caminando sin parar. Caminando y esperando mientras pasan las horas.

Haciendo cola, guardando fila. Algunos llegan muy temprano para estar los primeros. Se numeran, se quedan con su sitio, quién va delante, quién va detrás. Ese orden será escrupulosamente respetado.

Susana, tras muchos años trabajando con las personas sin hogar, ha observado esta especie de ‘síndrome’ de la cola. Todo el tiempo esperando; para subir al autobús; para entrar en el albergue e identificarse; para dejar sus pertenencias en consigna; para recibir la cena: una taza de caldo, un bocadillo y una pieza de fruta. Se pasan la vida haciendo cola y esto se acaba convirtiendo casi en una obsesión. Es algo que resultaría estresante para cualquiera, muy frustrante, muy pesado. Vivir en la calle es agotador.

Susana nos presenta: somos de la casa, somos parte del equipo de Accem. Hemos venido a hablar un rato con ellos, pero sólo si les apetece, con quien tenga ganas de contarnos algo, de charlar un rato. Vamos a hacer unas fotos, avisa; quien no quiera salir no tiene más que decirlo. Casi todos parecen reacios, nos miran con cierto recelo, sobre todo con el tema de las fotos. A ninguno le hace gracia que le vean así. Muchos tienen familia que no saben que se ven en éstas. Hijos, padres, hermanos, amigos. No les gustaría que los descubrieran.

cronicas-frio-al-final-de-la-filaAlgunos llegan un poco ‘tocados’: el nivel de alcohol en sangre está alto. Ha sido un largo día. Mucho frío. Cansancio. Aburrimiento. Dolor. Soledad. Agotamiento. Y sí, alcohol, para sobrellevarlo. Toman los últimos tragos. En el autobús y en el albergue no está permitido beber alcohol. Hay que apurar.

Esperan un autobús de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) de Madrid que participa en el dispositivo de la Campaña del Frío y que les llevará desde Atocha hasta el llamado Centro Alternativo, una nave situada en un polígono industrial del distrito de Vallecas en la que se han habilitado 150 camas en literas para que las personas que no tienen un hogar puedan pasar la noche durante el invierno. Este centro es sólo para hombres.

El autobús hará dos viajes; por eso las colas, para llegar cuanto antes al centro y descansar unas horas, acabar de una vez la jornada y tener un colchón bajo techo en el que reposar y si es posible dormir.

Las pernoctas en el centro se organizan por tarjetas semanales, que cada día se van sellando y, al cabo de una semana, deben renovarse. Durante esa semana, cada persona acogida tendrá derecho a ocupar la misma cama. Si un día no acude, perderá el derecho a ocuparla y la cama será para otro.

La próxima noche que acuda al punto de recogida deberá esperar hasta el final, hasta que hayan subido al autobús todos los que tengan tarjeta y no hayan faltado. Entonces se verá si todavía quedan camas disponibles y puede conseguir otra. O si hay plaza en algún otro centro de la red de asistencia madrileña a las personas sin hogar. Si no, sólo quedará la calle.

Pero hoy está activada la alerta por frío extremo y eso significa que el Ayuntamiento de Madrid dispone una serie de plazas en pensiones y hostales que tiene previstas para que en los peores días del invierno nadie que acuda a los puntos de recogida se quede en la calle. Es un servicio de emergencia.

“Si escribiera el libro de mi vida, la gente fliparía”

Mientras esperamos al autobús empiezo a hablar con Alfredo; es un hombre joven, apenas sobrepasa los 30 años, pero su mirada deja entrever las turbulencias que se agitan en su interior. Está nervioso y agobiado.

“Estoy mal”, confiesa.

Ha sido él quien ha pedido hablar con nosotros, necesita contar su historia, desahogarse. Habla atropelladamente; su relato es desordenado, caótico, cuesta seguir el hilo de la conversación. Está al límite, se siente al límite.

Alfredo es un torbellino de emociones, de pensamientos, de fantasmas, de agobios que le persiguen. Habla de su hermano, que falleció en un accidente de tráfico hace ya bastantes años, pero cuyo recuerdo le sigue doliendo y mucho; habla de su paso por la cárcel, por un asunto en el que me cuenta que se la jugaron y por el que tuvo que pagar varios años; habla de la justicia, que le condenó a él siendo inocente a una pena más dura que al responsable de la muerte de su hermano. Todo esto le tiene muy mal.

Después de la cárcel, la falta de oportunidades, de puertas a las que llamar, de expectativas, de posibilidades. Y una vida demasiado al límite que le acompaña desde hace mucho tiempo. Todo unido para verse en estas circunstancias.

De vez en cuando, se marcha lejos, buscando un cielo lejano que unas veces se llama Buenos Aires y otras Marbella, a vidas que le gustaría estar viviendo pero que poco tienen que ver con lo que le rodea. Su sueño se llama Buenos Aires, una ciudad a la que imagina llegar volando, con sus propias alas. Más cerca, o quién sabe, está Marbella, donde cuenta que le espera una mujer de carne y hueso, que le quiere y que también está mal, y con la que le gustaría estar para poder ayudarse el uno al otro.

Le gusta escribir. Quiere ser escritor. “Si escribiera el libro de mi vida, todo lo que me ha pasado, la gente fliparía”, dice. Pero hace poco alguien le robó la mochila en la que llevaba todos sus cuadernos, todo lo que había escrito, y ahora ya no tiene nada. Sólo un par de folios. Me invita a leerlos. Quiere saber mi opinión. Escribe como habla. Se siente desbordado y así le salen las palabras. Se mezclan su Buenos Aires soñada con las pesadillas de siempre; el recuerdo de su hermano y el maldito accidente; poesía de alas y huidas; la cárcel, el egoísmo de la sociedad, la maldad de los poderosos, toda la gente mala que se la ha jugado en la vida.

Desde que ha comenzado a hablar no ha parado, pasa sin pausa de un tema a otro, me mira, me interpela, me pregunta con la expresión de sus ojos. Porros, conseguir unos porros para relajarse un rato: eso es lo que necesita, dice, eso es lo que ahora quiere. Bajar un poco el ritmo de sus pensamientos, descansar un poco de sus pesadillas, burlar a sus fantasmas. Y sabe de sobra que el efecto es el de un boomerang.

Se ha apartado de la cola, hasta el final. No tiene tarjeta. Tal vez no consiga plaza esta noche en el autobús ni cama en el Centro Alternativo. Tendrá que esperar.

Texto: Santiago Gómez-Zorrilla
Fotos: Lorena Sainero

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